Prologo: El dolor siempre es más fácil.
Todo fue muy rápido, cuando me di cuenta de lo sucedido la herida
que le causo la muerte ya estaba hecha y su cuerpo yacía en el suelo, con la
cabeza sobre mis rodillas. La sangre le salía a borbotones por la boca y por la
herida, profunda y limpia, la cual había estado a punto de cortar su columna
vertebral.
La espada se alojaba aun en su interior, la hoja estaba bañada por
el reluciente y espeso líquido carmesí,
que al caer a la nieve la derretía y hacia de esta un rio de sangre y hielo… un
rio con el color de la muerte. Saqué la espada de él cómo pude, sin poder
evitar que profiriese un amargo grito de dolor.
Le mire a los ojos mientras caía al suelo, unos ojos que infundían amor
y que mostraban sorpresa. Antes de caer
al suelo le cojo como puedo y lo coloco cuidadosamente sobre mi capa, para que
no esté en contacto directamente contra el frio hielo. Nada mas acomodarle un
poco mi única reacción es coger todas las pieles que encuentro por el lugar,
incluida la capa de mi hermano y colocarlas por encima de él para que conserve
el calor, intentando que viva. Un trozo de tela que encuentro está destinado a
taponar la herida… de la cual no cesa de salir sangre.
Mientras su cabeza está en mis rodillas, no puedo parar de mirarle,
de acariciarle, y de recordar todos esos momentos que habíamos pasado juntos. Realmente,
los dioses no se apiadaban de nadie, ya fuese joven o anciano, estuviese loco o
simplemente loco de amor… los dioses no me iban a ayudar en este momento, sabía
que su muerte estaba cerca.
-
Lo siento, lo siento muchísimo – le susurro al oído.
Mi voz esta entrecortada y las lagrimas empiezan a acumularse en mis ojos.
No me duele perderle, no me duele ver su herida, no me duele saber
que ya nada volverá a ser como antes; me duele saber que muere sin tener que
hacerlo, su hora aun no había llegado, muere por una traición, una traición que
fue planeada por mi propio hermano.
-
No te vayas, aun no. Él me obligó – le suplico
y señalo a mi hermano – él lo planeo todo, me dio la espada equivocada. – sé
que mis explicaciones no servirán de nada pero aun así continuo – mi hermano es
el culpable de tu muerte, el me traiciono y traiciono sus principios, traiciono
a los dioses… - mis palabras ya no son tristes, ya no me tiembla la voz, solo
hay odio.
-
Lo sé – me contesta en un susurro apenas
audible – no le odio, igual que tu no deberías odiar a tu propio hermano, solo actuó
como creía que debía. Prométeme que no me olvidaras nunca.
-
Te lo prometo
- solo consigo decir eso antes de que su cuerpo empiece a
convulsionarse.
La muerte le abraza, pero sus ojos de color azul intenso quedan
abiertos, mirándome, ahora ya inexpresivos y fraos, pero que en su día habían estado
llenos de amor y felicidad.
Dejo su cabeza sobre el suelo y cierro sus parpados diciendo:
-
Que las valkiria te protejan en el camino hacia el valhalla…
Me levanto del suelo y miro a mi hermano, que ha pasado todo el
tiempo sentado sobre un montículo de rocas heladas a un lado de la triste
escena. Como no le digo nada, se levanta
y se dirige hacia mí, con intención de consolar mi pena.
-
Lo lamento, era lo más correcto – me dice
apenado.
-
¿Lo que debías hacer? – le digo con odio - Matar
a la única persona que me ha querido como soy, a la única persona que he amado
¿Eso era lo correcto? No tenias pruebas, no sabias nada de él ¿cómo te atreviste a juzgarle?
Mi hermano sin saber que respondes dirige su mirada hacia el suelo,
y yo, cegada por la ira y el dolor aprovecho esa distracción para coger la
espada manchada de sangre del suelo y cargar contra él.
Todo fue demasiado rápido, pero para que entiendas, mi querido
lector esta historia, para saber si mi hermano está vivo o no, para averiguar por
qué ahora me encuentro en el largo camino de conocerme a mí misma, de
entenderme a mí misma, antes debes saber mi historia, y saber por qué sucedió todo
esto.
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